Gabriela Muñoz Meléndez/ Rosa de Vientos
Cimacnoticias
En el jardín hay unos arbustos de jazmín azul (Plumbago auriculata) que ahora se encuentran esplendorosamente cargados de ramilletes de flores, como si fuesen una ofrenda generosa para un verano que tarda en salir y una invitación contundente al otoño que por ahora se asoma tímidamente con su aire nocturno frío.
Los arbustos son visitados por las mariposas blancas (Leptophobia aripa) durante el día…de repente el teléfono celular suena y me arranca del ensueño al que la imagen me había conducido. ¿Es porque soy mujer que puedo abstraerme con tal prontitud en mi entorno natural? Aparentemente sí, dejen les explico.
Desde siempre se ha reconocido la relación antigüa, profunda y especial entre las mujeres y el medio ambiente, muchos asumen que esta relación surge de la capacidad de las mujeres para engendrar, proteger y cuidar vida, otros más la explican mediante el papel de éstas como agricultoras, cosechadoras, recolectoras y ganaderas, es decir, usuarias del medio ambiente -aunque en condiciones desfavorables-. Unos últimos, recurren a la explicación de la relación de las mujeres con el medio ambiente en el hecho que este último es el único ámbito de acción que el patriarcado les ha dejado bajo un dominio económico que somete a otras instancias y dimensiones.
Hacia finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado, los movimientos sociales, pacifistas y ecologistas se encontraron y como parte de una solución surgió el “ecofeminismo” término acuñado en 1974 por Françoise d’Eaubonne en su célebre ensayo intitulado “El feminismo o la muerte” donde planteó que es el patriarcado el que se adueña del potencial reproductivo de las mujeres, explotándolo, al igual que explota un recurso natural, para tener más y más hijos. Esta explotación es la que ha llevado a la sobrepoblación.
El término en ese entonces fue un saque de salida que rápidamente dio paso a una serie de gradientes teóricos, pero siendo sucinta es frecuente reconocer dos grandes posiciones. La primera se visita desde una perspectiva biológica y es la denominada ecofeminismo cultural, mismo que señala la afinidad femenina espiritual hacia la naturaleza. La segunda posición o el ecofeminismo socialista considera que las mujeres construyeron su vínculo con la naturaleza por medio de un convencionalismo institucional ideal.
Las diferencias al ecofeminismo también se dan de manera contextual por ejemplo entre grupos de mujeres en países desarrollados y en vías de desarrollo. Las primeras, principalmente en países occidentales, se inclinan por tendencias espirituales de Oriente que bien pueden llegar a ser lejanas y ajenas para mujeres en países en vías de desarrollo ocupadas en sobrevivir, en particular en lugares rurales donde las mujeres son una población vulnerable que enfrenta un entorno de marginación y adversidad; esto no quiere decir que las mujeres en zonas urbanas no sufran marginación; muy por el contrario, es frecuente que las poblaciones de mujeres en áreas urbanas carezcan de acceso igualitario y seguro a los servicios públicos y enfrenten un déficit de espacios comunes.
A este punto es conveniente agregar que no hay un consenso universal ni unitario en torno al ecofeminismo; pero haciendo un recuento breve, puede decirse que es una posición teórica y política renovadora que persigue devolver el derecho a un ambiente sano a todas las personas, a la vez que busca promover el reconocimiento de derechos de grupos vulnerables.
Empero ¿es relevante hablar de ecofeminismo a esta altura? Dado que el creciente deterioro ambiental y los numerosos desafíos climáticos afectan mayoritariamente a las mujeres, son ellas las que cuentan con una mayor sensibilidad para marcar una diferencia.
De acuerdo a la ONU-Mujeres, hacia 2015, las mujeres y las niñas soportaban la mayor carga de recolección de agua en los países en desarrollo -hasta 71 por ciento en 25 países en África subsahariana-las distancias que recorren para conseguir agua, especialmente en zonas sin protección, y la falta de retretes seguros y privados, vuelven a las mujeres y las niñas más vulnerables a la violencia.
La tarde cae y el paisaje en el jardín de nuevo me convoca; en los arbustos de jazmín azul las mariposas blancas siguen revoloteando. Y pienso que en la zona central del estado de Veracruz – pasé mi niñez en Xalapa- los nahuas de la Sierra de Zongolica cuando ven muchas mariposas blancas sobrevolar los campos saben que hay que empezar a preparar las ofrendas para el altar de muertos.
*Doctora en Ciencias Ambientales por el Imperial College London. Profesora-investigadora de El Colef, adscrita al Departamento de Estudios Urbanos y Medio Ambiente. SNI Nivel 2. Sus líneas de investigación son cambio climático, evaluación de ciclo de vida y energía.