Opinión

un agenteFilomeno Pinedo Rojas

A punto de concluir el año, el mundo sigue inundado por las malas noticias que provoca la pandemia, entre ellas el hecho de que en 11 meses de la administración de Biden, Estados Unidos duplicó el número de fallecimientos registrados en el último año de Trump, mientras Europa entra en pánico ante el “maremoto de ómicron”, según lo denominó el primer ministro del Reino Unido Boris Jonhson.

Llama la atención el hecho de que los países más desarrollados se han visto impotentes para vencer el flagelo que por segundo año azota a la humanidad. Ni Estados Unidos con su poderío científico y económico ha podido contener la crisis de salud, no obstante contar con industria farmacéutica capaz de producir varias veces la cantidad de antígenos que requiere el pueblo norteamericano para su inmunización y aplicar una política de premios y castigos para que la gente acepte vacunarse.

La realidad dejó mal parado al presidente Biden, quien prometió en campaña que atendería con éxito la pandemia, no como su antecesor Trump, a quien acusó de negligente, casi causante del desastre provocado por la nueva enfermedad desde que apareció el 21 de enero de 2020 en tierras norteamericanas y que justo en un año, al 20 de enero de 2021, había provocado 411 mil 900 pérdidas humanas. Sin embargo, a la fecha, después de 11 meses de la actual administración, se sumaron otras 413 mil 750 muertes para un acumulado, el día de hoy, de 825 mil 785, según el portal de Johns Hopkins University, manteniéndose así Estados Unidos como el país con mayor pérdida de vidas humanas por este motivo, a nivel mundial, con rezago en vacunación y, siendo fiel reflejo de que el mal va para largo.

Otra marca del año corresponde a la crisis humanitaria de la migración masiva que sacude tanto a Europa como al Norte de América, provocada por varias causas, entre otras por las intervenciones militares previas de las potencias del norte en países subdesarrollados, incluido el desastroso caso de Afganistán, que socavaron la de por sí frágil “estabilidad” que padecían, sumiéndolos en el caos y la miseria y provocando el desplazamiento de millones de seres humanos. Pero más drástico aún, por su alcance global, es el “frenón” de la economía mundial, generado por la pandemia, que dejó a decenas de millones sin empleo y sin posibilidad de vida salvo la alternativa de migrar hacia los países más prósperos.

Este desastre humanitario puso en evidencia la cara autoritaria, racista y excluyente de los gobiernos de Europa y Estados Unidos, que con inusitada violencia rechazan el ingreso de los hambrientos, desempleados y perseguidos que piden una oportunidad de vida a quienes, en buena media y sin querer reconocerlo, han sido los causantes de su desgracia. Así, los migrantes mueren, por cientos, en sus largas travesías, cruzando países y mares, solo para llegar a su soñado destino y ser rechazados, violentados y deportados a su país de origen, en el mejor de los casos.

No escapa a esta aterradora situación Estados Unidos, que habiendo expresado por voz del candidato Joe Biden que al llegar a la presidencia cambiaría toda la política migratoria de su antecesor, caracterizada por el rechazo, expulsión y retención de más de 70 mil niños no acompañados en cárceles-refugio, ahora parece repetir la historia, salvo que ya no se secuestra a los menores sino que se lanza la policía fronteriza montada, que castigan y expulsan a los migrantes, mayoritariamente haitianos, a punta de latigazos, cual si fuera ganado. Acto que mereció incluso la condena de la ONU. Por otra parte, la promesa de una ley para ciudadanizar a 11 millones de indocumentados que trabajan para la economía norteamericana, duerme el sueño de los justos en el Congreso. Mientras, las caravanas de miles de migrantes de Centroamérica continuarán cruzando tierras mexicanas sin que los organismos internacionales se den por enterados.

Así, si el 21 fue un año negro, el 2022 no pinta mucho mejor. Y la política anti migrante norteamericana parece no cambiará.

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