Sandra De Los Santos Chandomi
Cimacnoticias
Era el llamado clásico capitalino: Cruz Azul contra América. Un vendedor ambulante ofertaba por igual banderas de ambos equipos afuera del estadio Azteca, mientras unos aficionados de los azules se tomaban fotografías, un grupo de americanistas se burlaban de ellos y los otros no tardaron en responderles. Las cosas comenzaban a calentarse cuando sin más, el hombre de las banderas detuvo su trabajo para autoerigirse como el pacificador oficial de la incipiente revuelta…como el maestro que va a separar a un par de niñitos de una pelea, aquel sujeto se dirigió a ellos y sin titubear, les dijo: “Qué les pasa a ustedes? al contrario se le domina en la cancha” decía con toda autoridad y los jóvenes desconcertados asentían, y se iban cada quien por su lado. De esto tiene unos cinco años.
No era la primera vez que veía un enfrentamiento afuera del Azteca, lo que más recuerdo de la primera vez que fui a ver un partido al estadio más grande de Latinoamérica, fue precisamente cuando una señora con la camiseta del Cruz Azul le aventó su vaso lleno de cerveza a dos jóvenes americanistas, mientras les arrojaba el líquido les decía: “Al rival se le respeta, cabrones”. Temí que los chavos le regresaran la agresión, pero no fue así, se limitaron a decirle “Simón, simón, jefa”. Esa escena se daba en medio de un montón de negocios de fritangas, vendedores ambulantes y porras de ambos equipos que esperaban entrar al estadio. No pasó a más.
Me gusta ver el fútbol tanto en televisión como en vivo. Disfruto el ambiente de las gradas, el griterío en las tribunas. Del estadio, también la afición sale cansada y es por toda la energía que se deja ahí, por lo que se desahoga. No bebo, pero en los partidos siempre se me antoja una cerveza, aunque cuando me dicen el precio hasta la sed se me quita.
Cuando veo los encuentros en vivo pierdo pronto el interés por lo que sucede en la cancha porque lo que pasa en las tribunas, siempre es más interesante.
No me gusta del fútbol lo que no le agrada muchas personas, que sea tan sexista; que importe más el negocio que el deporte; que en el camino los jugadores se alejen de la afición y el gusto por el juego, y se acerquen más a los vicios y el dinero. No me gustan los dueños de equipos; y esa forma de comprar y vender jugadores se me hace una manera de trata de personas.
Pero, hasta lo sucedido el 5 de marzo en el estado Corregidora de Querétaro, la violencia en los partidos de fútbol no era algo que sumarle a esa lista de cosas que me disgustan de este deporte-espectáculo.
Contrario a lo que muchas personas han expresado en redes sociales en los últimos días, no tengo la impresión que los estadios en México sean violentos, aunque se han dado algunos casos, que tampoco pretendo minimizar. En el país, al menos hasta la jornada 8 de la primera temporada del 2022, podían entrar las aficiones de ambos equipos al partido sin que sucediera algo preocupante, lo cual no pasa en otras ciudades del mundo.
Sé que en Chiapas hay varias personas que pueden pensar lo contrario porque los últimos años de Jaguares en la entidad se caracterizó porque una de las barras se dedicaba, al finalizar los partidos, a vandalizar los negocios que estaban cerca del estadio y hasta asaltar a otros aficionados. Pero recordemos en qué contexto se daba esto: con un gobierno que hasta patrocinaba la “organización” a la que pertenecían la mayoría de integrantes de esa “barra”. Era un grupo que salía a delinquir sin que nadie los detuviera.
Las imágenes de los enfrentamientos que se dieron en el estadio “Corregidora”, jamás las habíamos mirado antes, el grado de violencia y saña con el que un grupo de aficionados del Querétaro se fue contra los hinchas del Atlas. Al inicio fue un enfrentamiento, pero el número tan desproporcionado entre unos y otros convirtió eso en una cacería en contra de los visitantes.
El gobierno de Querétaro asegura que sólo hubo 22 personas heridas, lo que parece inconcebible con los videos que se distribuyeron por redes sociales y aplicaciones de mensajería.
¿Cómo un partido de fecha regular entre dos equipos que ni siquiera tienen una histórica rivalidad termina con personas lesionadas, algunas de ellas de gravedad? ¿En qué contexto es que hay sujetos en un estadio de fútbol gritando con tubos en las manos “mátenlos a todos, que no quede ni uno vivo”?
El periódico Reforma recoge el testimonio de un joven lesionado en donde cuenta que un líder de huachicoleros de San Juan del Río, Querétaro, a quien conocen como “El Beto” llevó a miembros de su banda para agredir.
“Llevó a sus sicarios, a la gente que ocupa para robar combustible y gas L.P, fue la que participó en la golpiza” narró el hombre que perdió dos dientes en la trifulca. Dijo que “El Beto” tiene una rivalidad con un integrante activo de la barra 51 del Atlas presuntamente ligado con el Cártel de Jalisco Nueva Generación. “Todo fue por estos dos, se vieron, se traen y se dieron con sus bandas, lo demás ya fue de regalo”.
La narración no es difícil de creer, al contrario, le da sentido a muchas cosas. El primero de los cuatro enfrentamientos que se dieron en el estadio fue inclusive antes de que comenzara el partido. No busco con esto decir que la Liga MX o los dueños de los Gallos no tengan ningún tipo de responsabilidad.
Todo lo que pudo haber salido mal, salió peor debido a prácticas comunes que hay en los estadios: la seguridad es cosa de los dueños de los equipos, los gobiernos locales se hacen un lado, se priorizan las ganancias antes de suspender un partido. El comunicado de la liga MX fue inapropiado por decir lo menos. Cómo se atrevieron de hablar de la reposición del juego de esa jornada cuando aún se llevaban a heridos en las ambulancias.
Concuerdo con muchas personas que la temporada de fútbol se debe de suspender y vetar el estadio de la Corregidora, que las medidas que se deben de tomar no pueden ser ligeras; pero también pienso que lo que sucedió este sábado en Querétaro tan sólo es un síntoma de toda la enfermedad que hay en México. El fútbol es una vez más el retrato de lo que sucede en la sociedad. Estamos en un contexto de violencia e impunidad, en donde se sale a asesinar y agredir a la luz del día sin que suceda nada, en donde los diferentes niveles de gobierno responsabilizan siempre a los otros (cualquiera que sea ese otro) para justificar sus propias negligencias.
Decir que lo que sucedió el sábado es cosa de fútbol, pues, bastaría con cancelar todos los partidos en México para que se pacificara el país, pero no es así. Lo que pasó es más profundo y no podemos ignorarlo y mucho menos acostumbrarnos.
El fútbol es algo nuestro, de quienes disfrutamos el griterío en las gradas y entendemos lo que dice aquel vendedor ambulante de banderas “al contrario se le domina en la cancha”, aquel hombre, que ante la falta de autoridad, se autoerigió como pacificador. Alguien así necesitamos, que construya puentes de diálogo, que sea capaz de dejar su propio interés para poner por delante lo que el colectivo necesita, alguien que inspire respeto y autoridad.