Alejandro García / ]Efemérides y saldos
“Presagio” muestra lo que la creencia irracional puede provocar: sentimientos que habitan en el interior de las personas y que pueden desnudar ideas infaustas, como el miedo o el odio hacia el otro, a lo extraño, al porvenir.
Alejandro Ortega Neri
Pero no, no te mareas con todas esas cosas para hacer un libro muy agradable, muy accesible al público, al gran público, a todo el público general, no nada más al círculo académico de los cuarenta mil estudiantes de historia de Zacatecas.
Carlos Belmonte Grey
La raíz de la fortuna
Como los niños en día de Reyes o en mañana de Navidades, según sea el patronazgo, un mediodía me encontré con un obsequio (que te regalen un libro en donde se venden, no es cosa muy frecuente, por lo menos en mi solar): el objeto de mi cacería allí estaba a mi alcance, con su portada en negros y rojo fuego. Era mío y el hijo tenía la firma del progenitor. Vetagrande, La Veta, en la portada.
Regreso e intento justificarme. Supe de este libro, “¡Algo terrible va a pasar¡ Una historia narrativa del rodaje de Presagio” (Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde”, México, 2020, 87 pp.) de Alejandro Ortega Neri por una nota del periódico La Jornada y pude seguir parte del evento virtual, gracias a que la señal iba y venía. El nombre del libro y lo que sé del ejercicio periodístico del autor llamaron de inmediato mi curiosidad de lector y bibliófilo. Me propuse conseguirlo, pero no caí en el garlito de solicitarlo como se publicitaba en ese festival cultural en línea, porque ya me había quedado esperando la respuesta a mi correo electrónico con otro de los títulos (ya no la espero es cierto, no tengo sangre de coronel. Es cierto, se trataba del libro de mi amiga Yolanda Alonso sobre María Luisa Puga). El encierro Covid evitó que lo siguiera con sistema. Una mañana entré a la librería El Alquimista y pregunté por él y me dijo la siempre amable encargada que el autor solía ser cliente frecuente, pero que no tenía en su stock el tal título.
Llegué a casa y le di una leída de una sentada, sin pensar mucho en nexos del libro que no fueran conmigo mismo. Es decir, fui construyendo con rapidez una lectura paralela. Mía y de nadie más. Debo confesar que hace años supe de la existencia de la película y un personaje hoy anónimo comentaba que estaba tan buena que la señora Rivelles enseñaba los senos. Tardé en verla y nunca pude corroborar la tal escena, tampoco lo he conseguido en la versión de muy mala calidad que hoy existe en you tube. La duda quedó allí, como deuda pendiente, tanto por ser una película de Alcoriza, como por ser un guion de Gabriel García Márquez.
Lo interesante es que proyecté el lugar de filmación al autor de este libro. Debo confesar mi cercanía con pueblos de pasado boyante por la minería: La Luz, Pozos, Valenciana, Pinos Y claro mi afición por el cine. La referencia de entrada: “Descubrí ‘Presagio’ por la insistencia de mi madre, una cinéfila consumada con amplio conocimiento del cine mexicano y cuyo gusto por él, me lo ha dejado entre otras cosas, como invaluable herencia”. Ya entonces, rápida le mente invade: pensé en Ortega Neri como un ciudadano de Vetagrande, si no por qué se iba a preocupar por ese pueblo que vigila silenciosamente a la capital desde atrasito de la Bufa. Y si no, la matria, por la madre y porque seguramente ella era de aquel lugar. Y de algún modo le dijo: “Anda a Betasgrande… cóbraselo caro… y dije: la madriguera y la trampa de que hablara mi mentor Wenceslao Caratuza.
Una fugaz entrevista con el autor y algunas preguntas y respuestas me hicieron ver mi errática aventura, por cierto el coloquio se desarrolló en los pasillos de El Alquimista y me volví a la realidad: el libro: había que regresar a él, tal vez con menos entusiasmo y con otras armas, al fin y al cabo que laberinto es. Una primera virtud del libro salta como la liebre: es peleonero y pegajoso, te invita a entrar a él, como tú quieras lector, al fin y al cabo que soy pequeñito y qué te duro. Solo entonces sabes en lo que te metiste.
Una burbuja deflacionaria en mi escritura me puso en pausa en lo que a comentarios de libros se refiere, pero no dejé de tener a “¡Algo terrible va a pasar!” entre mis pendientes. Y pues sí aquí estoy, como no hablando todavía del libro, pero sí.
La raíz del regreso
Así como inicio con el elogio de la incitación a la lectura, diré que este libro merece ser puesto al alcance del público. Suena a lugar común, pero no lo es tanto, se publica muy poco sobre cine, los buenos críticos se cuentan con los dedos de las manos. Y ahora no tenemos aquellas colecciones de los años ochenta en que podíamos leer guiones de Antonioni en Alianza o de autores diversos en Era. La historia de García Riera se consigue ahora después de muchas búsquedas y a cuenta gotas. De precios mejor no hablamos.
En el reverso del colofón queda consignado: “Ediciones 2020 es un proyecto cultural apoyado con recursos federales a través del Programa de Apoyos a la Cultura en su vertiente Apoyos a las Instituciones Estatales de Cultura de la SC. Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa”. Es una lástima que el programa, que adquiere modalidades propias de cada estado, quede tan aislado y sin vinculación con el proceso del libro. En algunos casos los libros son elegidos como resultado de una convocatoria y un proceso de selección. Después han variado los criterios: desde la entrega total del tiraje al autor hasta el intento de distribuir el producto de acuerdo a convenciones sabidas.
El resultado es la no salida del libro fuera de un círculo muy muy pequeño. Con el libro publicado, que es lo importante, se requieren políticas creativas de búsqueda y encuentro de lectores de muy amplios intereses. Pienso en una caravana de autores zacatecanos que se presenten en diversos lugares del país, en una casa de cultura zacatecana en la Ciudad que dé noticia de estas novedades. Vaya, por lo menos un lugar de exhibición, venta u obsequio en las instalaciones del IZCRLV.
De modo que en esta segunda lectura comencé, después de regurgitar bilis y proyectar impotencias por hacer un recuento de las diversas líneas que abría el libro: la película, la ciudad al alcance de mi mano y de mi vista, el impacto del cine en la vida, el impacto en la lectura y en la escritura del cine y de esos pueblos polvosos o no, ajenos a los sumados encubrimientos de las grandes ciudades.
Y claro, allí estaba también la literatura, la creación de un inmenso narrador supeditado al lenguaje y a los mecanismos intrínsecos al cine. Eran muchas ramificaciones, pero en las páginas se pueden ver: la historia de mamá y su introyección del cine en el futuro historiador y cronista, el presagio: la botella que contiene los hálitos de las parturientas, los probables primeros alientos de las criaturas; el cineasta, sus influencias, Buñuel, demonios, el carnaval, y amistades, Gabo; el escritor en busca del camino de Macondo y de esas comunidades que me queda la impresión de que se parecen más a las creaciones anteriores, no cuajadas del todo, en cierta medida, a “Cien años de soledad”; el presagio común, la creencia, en mente de dos creadores testigos del horror del mundo y suspendidos entre el surrealismo y el realismo mágico; el levantamiento de un cine, el de Alcoriza, rehuyendo al trampa del cine de arte.
Y por fin la película en sus formantes, en su esqueleto y su suerte en manos de los críticos y de los espectadores. Y también por fin, lo que quedó, no lo que el viento se llevó, sino la memoria, ese filamento que está allí, perdido y que Alejandro Ortega Neri ha buscado como la punta de la madeja y ha ido tras la carne corrompida, tras los golpes a un corcel amado/odiado, tras las campanas del pueblo, tras las ratas que la niña colecciona y lleva en una caja a que las aguas del río las lleven lejos, no sin antes impregnar alguna parte de los que por allí se bañan (el pueblo entero): “Violenta porque se siente el odio, la injusticia, la xenofobia, la calumnia y la crueldad de un pueblo, donde el caso es odiar a alguien, hacerle daño”.
El libro tiene una apariencia inocente, delgada, pero cada uno de los episodios, más bien minimalistas, semeja ese ir y volver, dar vueltas y vueltas de los relatos garciamarquesianos, a la manera de “Crónica de una muerte anunciada” donde ya sabemos el desenlace, pero no la densidad de los pasos, los recovecos en el camino. A mi la estructura del libro me recuerda más la figura deleuziana de rizoma, la raíz, el bulbo que recibe los diversos filamentos. En el centro la vida, el individuo ante sus temores, sus instintos, y sus diversos productos: el cine, la literatura, el mundo de las creencias, el universo de las necesidades espirituales recubierta con la carga de la fe o de la ayuda extra, externa.
Es curioso, porque el libro se presenta con esa desnudez del poco paginado y de contenidos breves y concisos, lo que lo acercaría al lenguaje o a la visión hemingwayana del periodismo: la oración corta; pero el hecho de que las diversas ramificaciones del rizoma se adentren en el misterio del hombre, la forma como se van trenzando realidades y ficciones, realidad referida y realidad del lector lo lleva al modelo faulkneriano de la arborización y de la subordinación sintáctica. Es tal vez el Ortega Neri que lleva su madre a conocer el cine y la Veta, divido entre la pluma del periodista y la mano del historiador y del cerebro complejo.
Pongo solo un ejemplo. Al referir la vida y la obra de Luis Alcoriza, Alejandro Ortega Neri nos da la primera muestra de que lo que dice es la parte visible del iceberg, o el filamento más delgado del rizoma. Conforme se avanza, se entera uno de los pasos del cineasta, de sus obsesiones, de su vida como guionista, de su pasado trasterrado, de la influencia de Buñuel, de lo determinante del Productor Matouk para que dirigiera. Todo eso me llevó a tres situaciones: uno: ver “Tiburoneros” y “Tlayucán”. Dos: descubrir algo de los personajes de Alcoriza. Tres: reconocer que ese librito de Ortega Neri me había metido en esas broncas y no había manera de reclamarle.
De las dos películas donde Julio Aldama es personaje, creo que es en “Tiburoneros” donde Alcoriza logra la síntesis entre el sobreactuado y el actor mediano. Y saca gran juego, porque la personalidad se acomoda de manera natural entre el puerto y la gran ciudad, la vida libre cerca del mar, la vida de recubrimientos de la capital y esa vida ordenada del personaje que encuentra negocio en todo, pero ese negocio sólo le es placentero como tiburonero. En cambio en Tlayucán el personaje y el actor se pierden entre la colectividad. Sin embargo, aprecio mucho el que haya podido ver la escena de la pelea de ciegos en las escaleras del templo. Es una escena fabulosa, terrible, memorable. De las escenas del cine que juro no olvidar.
Alcoriza conjuga en “Presagio” un grupo de actores que se exceden, bien recitan, bien gritan, bien se atrabancan. Llegan a ser un coctel peligroso: Reynoso, Blanch, Olmedo, Del Castillo, Lucero, Montejo, por mencionar a los que más recuerdo, llegan a parecerme chocantes al oído y a la vista. Creo que también, en contraste, en “Tlayucán” Andrés Soler sirve de lubricante para la fuerza de las voces y, en menor medida, es el caso de Martínez de Hoyos, el sacerdote. En cambio en “Presagio” tal poder se desatiende o por lo menos para mí está ausente. Desde luego, he oído a gente que asegura que esto es lo que les gusta de Alcoriza. Y siempre ponen por delante lo carnavalesco de “Mecánica nacional”.
La raíz del no lo sé
Con frecuencia me pregunto por qué no aparecen en la literatura el cine y la música que los jóvenes consumen, paladean, deconstruyen. Son formantes de su vida y determinan su futuro. He visto a brillantes escritores con audífonos y fieles a las películas de la más variada calidad que no enseñan ese colmillo: “!Algo terrible va a pasar!”.
“!Algo terrible va a pasar!”, sí, dice la partera del pueblo y agrega al final: se los dije. El espectador, atónito ve cómo el pueblo sale sin rumbo fijo sin que haya posible chivo expiatorio. El lector del libro de Alejandro Ortega Neri se pierde por las calles de Vetagrande, un pueblo fantasma, y más porque es seguro que no pasará de la mente de la mayoría de los lectores, se pierde tras los pobladores que no recuerdan, que no desentrañan el misterio. Rizoma y laberinto lo que trata y el libro mismo. ¿Por qué Vetagrande? Lean el libro.