ADRIÁN MAC LIMAN*
Hace apenas unos días, un alto cargo de la administración pública española sugirió que no había que utilizar la denominación de Estado Islámico para designar al grupúsculo que aterroriza a las poblaciones del Mashrek. Al parecer, ello implica sobreestimar a la banda terrorista. Con ello, el problema de la amenaza radical quedaría resuelto. ¡Qué fácil y brillante solución!
A finales de 2001, cuando la intervención aliada en Afganistán parecía haber acabado con Al Qaeda, el entonces cabecilla de la agrupación radical, Osama Bin Laden, lanzó la advertencia: “volveremos dentro de una década”. Para los analistas, se trataba de un plazo razonable para recomponer la estructura de la organización, ampliar las redes existentes a los países del Magreb y resucitar las células durmientes de Occidente. Los titubeos de los Gobiernos occidentales facilitaron la terea de los sucesores del emir saudí.
En efecto, dos países que no contaban con movimientos radicales islámicos en su territorio, Irak y Siria, se vieron involucrados en la nueva etapa del conflicto entre Oriente y Occidente. La violenta persecución de supuestos radicales islámicos en Irak durante la ocupación militar estadounidense generó un movimiento de rechazo entre las tribus propensas a defender las prerrogativas de la época de Saddam Hussein. En Siria, país laico sometido a la férrea dictadura del clan El Assad, la guerra civil fomentada por potencias extra regionales, trajo consigo a yihadistas de distintas corrientes islámicas, dispuestos a conquistar las tierras del califato de Damasco para convertirlas en el embrión de un emblemático califato mundial. Aunque los combatientes del Islam contaran con apoyo económico y estratégico saudí, qatarí y… estadounidense, a la hora de la verdad nadie asumía la paternidad de esos movimientos fanáticos.
Las cosas empezaron a torcerse cuando uno de los grupos radicales, el llamado Estado Islámico de Irak y Levante (ISIS), logró adueñarse de los yacimientos petrolíferos de Siria. Curiosamente, los politólogos estadounidenses no centraron su interés en las repercusiones económicas de esa conquista, limitándose a analizar los aspectos meramente estratégicos de la ofensiva llevada a cabo por ISIS. Sin embargo, el Estado Islámico empezó a comercializar – con la ayuda de intermediarios saudíes y turcos y a precios muy competitivos – el oro negro sirio. Lo mismo sucedió unos meses más tarde, cuando los yihadistas llegaron a controlar las instalaciones petrolíferas del Kurdistán iraquí. Pero en este caso concreto, sus éxitos militares afectaban los intereses directos de las grandes compañías estadounidenses. La Casa Blanca decidió tomar cartas en el asunto; la Presidente Obama ordenó el regreso de los militares norteamericanos a Irak. Esta vez, utilizando la cobertura de expertos en materia de defensa: el Presidente había ordenado la retirada de las tropas del suelo iraquí…
Cabe suponer que para contrarrestar la ofensiva del Estado Islámico, el actual inquilino de la Casa Blanca se verá obligado a revisar su política. William Kristol, afamado comentarista estadounidense, estima que el Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos tratará de imponer, en un plazo de seis a ocho meses, la presencia militar americana en la zona. Lejos quedan los sueños pacifistas del Barack Hussein Obama.
El Estado Islámico se ha convertido en un temible enemigo. Actualmente, cuenta con unos efectivos de 30 a 50.000 hombres, entre los cuales se encuentra un elevado porcentaje de voluntariosextranjeros. No se trata sólo de jóvenes musulmanes criados en Occidente, sino también de conversos europeos, norteamericanos, rusos y chinos. Una mezcla explosiva a la que se suma otro ingrediente: los pertrechos del grupo terrorista.
Según un informe elaborado por expertos de las Naciones Unidas, el Estado Islámico cuenta con 250 vehículos militares ligeros, camiones y carros de combate sustraídos en los últimos años al emergente ejército iraquí o requisados en las bases militares sirias. A los tanques de fabricación rusa y norteamericana se suman las ametralladoras, misiles y lanzagranadas, piezas de artillería antiaérea así como una cantidad ingente de municiones.
Estiman los expertos que esos arsenales suponen un peligro potencial para la totalidad de los estados de la región, ya que el ISIS tiene la capacidad de proseguir el combate durante un período de seis meses a dos años, aún sin contar con los ingresos procedentes de la venta de crudo.
Cabe preguntarse, pues, si los trágicos acontecimientos del 11–S no fueron un simple preludio para el conflicto que se avecina: la gran confrontación entre el Islam y la Cristiandad.
Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias
*Analista político internacional
@AdrianMacLiman