Opinión

soloCecilia Lavalle*/ Cristal de Roca

Cimacnoticias | México, DF

¿Por qué no sólo te despides y te vas?, le dijo su marido a mi amiga. Y ella, tras salir de su estupor, sólo dijo: “Es que no sé cómo hacerlo”.

María Elena tiene un cargo de autoridad que le exige viajar frecuentemente. Es una mujer disciplinada, organizada y muy eficiente. Está casada y tiene una hija y un hijo que no rebasan los 10 años.

Como la mayoría de las mujeres aprendió que lo primero es su esposo, sus hijas e hijos, su hogar, y que todo lo demás, incluida ella misma, es lo de menos.

Como la mayoría de las mujeres aprendió que debe restarse, multiplicarse y dividirse para que todo marche en su hogar como si ella estuviera ahí de tiempo completo, y para que todo marche en su oficina como si estuviera ahí de tiempo completo también.

Como muchas mujeres, descubrió que, hiciera lo que hiciera, la culpa le asaltaría de todas maneras, porque no hay manera de estar al 100 por ciento en dos lugares a la vez.

Y como muchas mujeres, se dio cuenta que su esposo ni sentía culpa ni participaba en la frenética labor doméstica en la que ella se embarcaba cada vez que iba a salir de viaje.

Porque en cada ocasión que su trabajo la requería fuera de la ciudad, ella se pasaba tres días cocinando, empacando y congelando comida para todos los días que estaría fuera.

Dejaba interminables listas con los horarios de las actividades escolares y extra escolares de sus hijos, las citas con docentes o médicos, la fiesta infantil a la que se les había invitado, etcétera, etcétera.

Dejaba instrucciones precisas a su empleada del hogar, aunque llevara años a su servicio y supiera perfectamente lo que había que hacer.

Y, de todas maneras, el día de su partida, al despedirse de su esposo le decía toooodo lo que no debía olvidársele hacer o planear o…

Fue uno de esos días en que su esposo la abrazó amorosamente y le dijo: “¿Por qué no simplemente te despides y te vas? Yo me quedo a cargo”.

Mi amiga lloró largamente tras reconocer que simplemente no sabía cómo hacer eso. Que en realidad su esposo estaba en la disposición de ser corresponsable de las tareas domésticas y de cuidado, pero que ella controlaba todo, acaparaba todo. Así había sido educada.

“Mañana me voy de viaje”, me contó. “Y me siento rarísima porque no cociné los últimos tres días, ni estoy con el estrés a tope. El fin de semana fuimos mi esposo y yo de compras, y él eligió lo qué se compraría para hacer la comida de esos días. ¡Fue extrañísimo! Pero cada vez que yo iba a meter mi cuchara, me decía, ‘yo estaré a cargo’.

“Eso sí, no pude dejar de hacer la lista con los pendientes que suelo dejar pegada en el refrigerador. Pero me he prometido mañana no decir nada más que adiós y te amo cuando me despida de mi marido.

“Me cuesta mucho trabajo, es como una adicción, ¿sabes? Pero aprenderé. Porque en el fondo, también me di cuenta que no estaba tratando con respeto a mi marido, no lo consideraba un igual, un adulto, un padre amoroso capaz de hacerse cargo perfectamente de sus hijos”.

Marcela Lagarde dice que las mujeres debemos desaprender lo que ya sabemos ser y cómo debe ser; y aprender a ser de otra manera, de una manera en que seamos más libres. De eso me acordé al abrazar a mi amiga para desearle buen viaje.

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*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.

 

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