Plan b*
LYDIA CACHO
Cimacnoticias
A diario la gente miente para luego intentar convencernos de que el engaño que le hace salirse con la suya no es una manipulación intencionada, alevosa, que le da ventaja sobre las emociones de la persona afectada. Todos los días alguien cree que es conveniente mentir, sobornar, corromper, engañar, tergiversar los hechos.
A diario miles de personas sobreviven el abuso emocional causado por la aniquilación de la verdad. La intensidad de los efectos nocivos de una mentira está determinada por el objetivo que persigue el mentiroso.
También juega un papel importante la relación de poder entre la persona que manipula o niega hechos reales, y quien recibe esa mentira y se siente afectada porque otros intentan desestimar sus emociones e imponen una versión falsificadora de la historia.
Cuando un grupo de personas con poder político, jurídico, mediático y económico establecen un acuerdo para imponer una narrativa basada en la falsificación de pruebas judiciales y ocultando a los responsables, causan un daño emocional profundo en los receptores de esa intencionada mentira.
Las muestras más visibles de ese daño son las reacciones de incredulidad, rabia, ira, desesperación y rencor.
Históricamente los gobiernos municipales, estatales o federales que activan políticas de desaparición forzada de ciertos grupos sociales actúan exactamente de la misma forma: generan confusión, contaminan las investigaciones criminales, envían mensajes ambiguos, debilitan las estrategias de Derechos Humanos, y utilizan al aparato mediático corrupto para criminalizar a las víctimas, desacreditar a sus familias, y agotar a quienes les acompañan en los procesos de búsqueda de verdad y justicia.
Gracias al GIEI sabemos que hay hechos que son incontrovertibles sobre el caso Iguala: hubo al menos nueve ataques directos perpetrados por policías municipales y atestiguados por militares, policías estatales y federales.
Uno de los ataques se dio frente al Palacio de Justicia, de allí “desapareció” un autobús (evidencia perdida). Hay 180 víctimas directas, la mayoría jóvenes y varios menores de edad, seis ejecutados extrajudicialmente, más de 40 heridos, 80 víctimas de persecución y atentados, más de 30 sufrieron ataques contra sus vidas, y 43 normalistas fueron detenidos y desaparecidos forzosamente.
Además de policías municipales de Iguala y Cocula, que fueron los agresores directos, en dos escenas donde fueron detenidos y desaparecidos normalistas hubo presencia del Ejército, de policías federales y ministeriales mientras sucedían los hechos.
Tal presencia está registrada y documentada en el expediente de la PGR. Hay al menos 700 familiares directos de las víctimas que han tenido que enfrentar las consecuencias de los hechos, el impacto del dolor, miedo y maltrato de las autoridades.
A pesar del poder de quienes mienten, no podemos perder de vista que cientos de personas conocen la verdad, que es urgente dejar la ira atrás y retomar la fuerza para descubrir los hechos que podrán cambiar el rumbo de la historia de México.
Hemos de aprender a desentrañar la verdad sobre las personas desaparecidas en México, aprender a brincar el cerco mediático oficialista, aprender a pensar estratégicamente para encontrar el camino de salida a la cultura de la impunidad fundada, creada, fortalecida y perpetrada por los padres de la patria y los dueños del Poder Judicial de este país.
En la próxima década, el nuevo sistema de justicia penal procesal y los juicios orales quedarán implantados. Tenemos que lograr que la sociedad, las y los investigadores, jueces y litigantes, aprendan a operar a favor de la legalidad y no del ocultamiento, a favor de la justicia y no de la injusticia.
La mentira no comenzó con Ayotzinapa, pero gracias a la presencia del GIEI podemos aprender mejores prácticas de investigación para esclarecer los hechos desde diferentes ámbitos.
También en el periodismo tenemos mucho que aprender sobre raseros éticos de la opinión. Las marchas del sábado nos demostraron que millones buscamos lo mismo: verdad, justicia y paz. No podemos olvidar que todavía no hay verdad histórica, esa apenas se escribe.
Twitter: @Lydiacachosi
*Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.