]Efemérides y saldos[
Ciega, exactamente. Nunca abrí los ojos. Nunca pensé en mirar los corazones de las personas, miré solamente sus caras. Ciega como una piedra… El señor Stone. El señor Stone puso ayer en la iglesia, y debería haberme dado uno a mí. Necesito un centinela que me dirija y declare lo que ve cada hora a la hora en punto. Necesito un centinela que me diga lo que un hombre dice pero me explique lo que quiere decir, que trace una línea en el medio y diga: “Aquí está esta justicia y allá está esa justicia”, y me haga entender la diferencia. Necesito un centinela que salga y les proclame a todos ellos que gastarle una broma a alguien no puede durar veintiséis años, por muy divertido que sea
Harper Lee
ALEJANDRO GARCÍA
Jean Louise Finch, hija del abogado Atticus Finch, regresa Maycomb, Alabama. Ella vive en Nueva York y es su quinta visita (anual) al Sur. Tiene 26 años. Su familia se parte entre el liberalismo de Atticus, célebre por defender y exculpar a un negro acusado de violación. y la rigidez de la tía Alexanda, digna heredera de las costumbres de la zona derrotada en el siglo XIX y que anhela ver en la sobrina una damita sureña, bien casada en su tierra natal. El viaje se torna excepcional porque se realiza por ferrocarril y no como los otros cuatro, por vía aérea, y porque el padre ha sufrido una merma física importante que obliga a la hija a ser cauta a la hora de los requerimientos, como levantarlo de madrugada para que vaya a recibirla al aeropuerto. Aun con la dispensa, el padre no la recibe en el crucero de ferrocarril, lo hace Henry Clinton, Hank.
La primera tensión en el relato se da cuando se expresa la distancia que Alexandra mantiene con respecto a este abogado, amigo desde la infancia de su hermano Jem y de ella. A la muerte de aquél, Hank aprenderá las artes y virtudes del abogado y lo acompañará en sus diversas aventuras en el pueblo. Pero la tía no lo considera de su altura, lo considera “gentuza”, y a pesar del largo y cordial lazo entre Jean Louise y Henry, la tía desaprueba siquiera la posibilidad de matrimonio. A esto agréguese el estereotipo de la sobrina como arriesgada, irreverente, con actividades más cercanas a un hombre que a una mujer. Este estereotipo pesa cuando se dice que los dos jóvenes se han bañado desnudos en el estanque, lo cual es mentira, pero cabe dentro de las conductas anteriores de ella. El pueblo no las censura, más bien es la tía las que las expone ante la calma de Atticus. Finalmente parece que Claude Louis decidirá casarse, pero el relato se sumerge en nuevas tentaciones y profundidades.
Una de ellas es la presencia del clérigo de Maycombre, visto como progresista, como movedor de aguas profundas. De él proviene la cita de Isaías. Algunas personas en el pueblo están pendientes en la ortodoxia de la liturgia. Otra es el Consejo de Ciudadanos, en donde se manifiesta que hay que tener cuidado con los negros, meterlos en cintura. La joven escucha las intervenciones, pero sobre todo la alarma la presencia de su padre, aquel ser íntegro que se jugó su prestigio por defender a un negro.
Para colmo de los males, el hijo de Zeebo, negro, nieto de Calpurnia, la anciana sirvienta de la casa, ha atropellado a un blanco. Atticus ha aceptado defenderlo, pero sobre todo porque hay asociaciones de abogados de otros lugares que ofrecen sus servicios. Atticus no quiere intervenciones externas, aunque sabe que el caso está perdido. Ordena a Hank que tome el caso.
Hay un personaje clave en la novela, el doctor Finch, hermano de Atticus, médico, a veces progre, a veces rancio defensor del orden. A él recurre la joven Finch ante el enredo en que están metidos padre y casi novio, ante la caída de los héroes y la revelación de una sociedad que no transige en sus demandas, así sean vergonzosas desde el punto de vista de cierta ética, de cierta interpretación histórica y calibración humana.
La voz de Jack Finch es la voz que explica los conflictos, los enmarca y transforma la novela de una dominancia de eventos a una de discursos y de su sentido. Él habla de equivalencias a lo largo de la historia, lo mismo en la guerra de Secesión que a medio siglo veinte y hace una defensa del hombre del hombre por sus valores:
¿Una sociedad muy paradójica, con desigualdades alarmantes, pero con el honor privado de miles de personas brillando como luciérnagas en la noche? Ninguna guerra se libró jamás por razones tan distintas que se fundían en una razón clara como el cristal. Lucharon por preservar su identidad, su identidad política, su identidad personal ?la voz del doctor Finch se suavizó?. Parece quijotesco hoy día, con aviones a reacción y sobredosis de Nembutal, que un hombre partipara en una guerra por algo tan insignificante como su estado[…].
Por mantener algo que en estos tiempos parece ser privilegio exclusivo de artistas y músicos.
El doctor Finch hace ver a su sobrina su carácter intolerante con respecto a su padre y a su amigo. Ellos han tenido que dialogar en ese territorio de antiguas consejas y reclamos, han tenido que pelear por los derechos de igualdad de las razas; pero son humanos, cometen errores, tienen sus propias creencias y ven que el Estado y algunas asociaciones de defensa de los negros han convertido en materia de propaganda lo que no sería negociable, pero se les atribuye a los habitantes de Maycomb como muestra y secuela del atraso. Jack Finch admite el error, pero también admite el poder de la propaganda, la negación de los principios. ¿No ha de tener Atticus una idea de la propiedad privada, de la igualdad y de la plenitud de los derechos cuando la balanza parece inclinarse al lado contrario? ¿Debe Atticus padecer en nombre de la raza blanca, a pesar de que ha defendido a la negra?
Poco antes de terminar la novela, Jean Louise recuerda un episodio de su edad escolar, cuando acompaña a Jem a su graduación. Ella se ha hecho poner unas prótesis de pecho, las cuales a la hora del baile se han salido de su posición y amenazan con sepultar su futuro. Hank la saca y le arrebata esa metáfora del futuro. Pero al día siguiente el director de la institución exige que se presente aquella persona que ha ultrajado el civismo al poner esa simulación de senos en el mensaje: en servicio de su paí.
Hank idea una estratagema avalada por Atticus, de tal manera que más de cien chicas mandan un recado al director creyendo que esas prótesis son de ella, con firma individualizada. El artificio salva. Así, la vida de Jean Louise se ha visto beneficiada de las negociaciones, de los amarres de la ley, pero ella no parece darse cuenta.
Ven y pon un centinela se publica ahora que Harper Lee es nonagenaria. Seguramente causará comentarios encendidos, descalificaciones a la autora de Matar un ruiseñor (1960)¸ novela que los bibliotecarios de E. U. han nominado como la mejor del siglo XX. Se podrá correlacionar, pero aquí, lo que podemos palpar, es esa larga cuerda del honor, equivalencias de generación en generación, de la creencia en la identidad que atraviesa a los hombres y los acompaña, sobre todo, en los momentos de derrota o frustración.