Opinión

Julio Scherer Pre]Efemérides y saldos[

 

[Octavio Paz] Me dijo sentencioso: “El presidente de México puede hacer todo el mal que quiera y aunque quiera apenas puede hacer el bien […] Nuestros presidentes no son líderes políticos. Son jefes burocráticos. Su primera obligación es para los grupos que los llevaron y los mantienen en la cúspide”.

Julio Scherer García

 

En ese México de la edad de oro abundaban los privilegios en el servicio público. El uso personal de los bienes del Estado no constituía una anormalidad o inmoralidad. Más bien era un pago disfrazado.

Jorge G. Castañeda

 

ALEJANDRO GARCÍA 

Marc Bloch explica, denuncia, retrata, el estado de postración en que estaba Francia cuando los nazis la invaden después de despedazar la línea Maginot (y el orgullo nacional). Esto lo argumenta en La extraña derrota. Y la causa es simple: la corrupción que ha corroído la base de la sociedad francesa; pero, para el caso y más específicamente, la corrupción que inunda las instituciones de aquel país, entre ellas el ejército, de oropel, de desfile, incapaz de cualquier defensa, de responder a cualquier afrenta: envejecimiento del armamento y de los posibles héroes. La sima moral social no necesariamente es producida por el ciudadano, aunque en los ardides de la democracia burguesa, en esos casos, cada quien carga su responsabilidad. Quizá por eso la novelística de Patrick Modiano ha resultado tan impactante en estos años, cuando ya no podemos ver a través del color sepia de los existencialistas, al fin y al cabo un heroísmo en un mundo triste. Los personajes de Modiano son por lo general jóvenes que no se flagelan con la responsabilidad o la libertad, simplemente intentan vivir y viven rodeados de tramposos, especuladores, delincuentes, contrabandistas, asesinos, la otra guerra antes, durante y después de la Ocupación.

  Los franceses tuvieron no sólo que pagar la humillación impuesta por el invasor, sino la suya propia, a través del régimen colaboracionista. El regreso, la victoria en derrota, tuvo que llevarlos a remediar las heridas, los costos, pero sobre todo la enmienda de ese aparato corrompido y corruptor. Broch no vivió para ver el tamaño de la corrección, seguramente ahora nos ilustraría sobre los acontecimientos recientes, globalidad contra fundamentalismos, con causas profundas que están enfrente y que el mejor crítico actual no logra o no le conviene desentrañar.

  ¿Hace falta un libro similar al de Broch en México? No le haría mal, un libro así nunca está de más, aunque es muy probable que tuviera encima a una “opinión” domesticada, intermediaria, encargada de reducir el impacto de la crítica. Y claro, también habría quien en la buena lid estaría dispuesto a argumentar la defensa de los aparatos de poder. A esta estirpe de corte blochiano que abre el espectro del análisis y la interpretación del acontecer histórico y social pertenece Julio Scherer García, periodista cuyo oficio colisionó con el poder presidencial en 1976. Allí la posibilidad de realizar un periodismo crítico evidenció costuras, reglas escritas y no escritas y, más que nada, arbitrariedades y excesos del aparato gubernamental. Y entre los vagones de ese tren, Excelsior, de pequeño tamaño frente al poderoso tren que le cerró el paso estaba el ejercicio cultural y artístico de Octavio Paz y la revista Plural. Scherer ejerció su oficio y lo defendió de las agresiones externas y en sus libros ha plasmado un México que se escapa de los promocionales turísticos, de las consignas partidarias y de las visiones de los que embebidos en el afán de gobernar este país se quedan para siempre con la estampa apologética, un México que padece enfermedades crónico degenerativas, entre ellas las del abuso del poder ejecutivo.

  Los presidentes (México, Grijalbo, 2015, 421 pp.) se anuncia como “Nueva edición aumentada, revisada y autorizada por el autor”. Es tres libros a la vez. Uno, “Los presidentes”, el esencial, publicado en 1986, habla de las figuras presidenciales de Gustavo Díaz Ordaz a Miguel de la Madrid Hurtado. El segundo, “El juego de las sucesiones” incluye textos del autor sobre Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa. También se refiere a Ernesto Zedillo Ponce de León y a Enrique Peña Nieto e incluye nuevas historias de los ya tratados. El tercero, “Casas del poder”, es un “Anexo” del editor Ariel Rosales a partir de material publicado en la revista Proceso. Consta de pequeños textos, casi fichas, de los presidentes: de Echeverría a Peña Nieto.

  La visión de quienes tuvieron en sus manos el rumbo del país no intenta ser exhaustiva, en algunos aspectos es sólo a partir de la experiencia del periodista y director de un diario y de un semanario. Pero el oficio permite ir más allá de lo dicho, de los protocolos o de las tentaciones que van tras la objetividad, en su afán de someterla. La galería es muy interesante, a partir del personaje, no de la persona, porque a nivel de ficción pueden resultar atractivos aún en sus bajezas o en su momentos de grandilocuencia y megalomanía y en algunos casos en que parecieran asumir su papel de líderes y de conductores de pueblos en búsqueda de la identidad, de la igualdad, de la fraternidad, de la libertad, de la justicia… El problema es que la realidad es más que literatura.

  Un Díaz Ordaz, feo hasta el tuétano, dueño de un humor negro que solo él podía ejercer sobre el otro e incluso sobre sí mismo, pero al que no tenían derecho los demás. Un presidente que quedó atrapado por la matanza de Tlatelolco, más endurecido aún por sostener su fiereza en supuestos éticos y legales. Sometió la prensa o por lo menos la tuvo a raya. Era intolerante y rudo, humorista del escalofrío: Duvalier es un hijo de la chingada ?sentenció Díaz Ordaz. Todavía agregó?: ¿Cree usted que me pueda importar lo que piense un hijo de puta? Sonrío. Luego pienso en los estudiantes.

  Como decía Benjamín Morquecho que preguntan las brujas a las que recurren las regiomontanas para tener buen marido: “¿lo quieres pendejo pendejo o bueno para los mandados?”. El dicho es aplicable a Luis Echeverría, pintado como servil a Díaz Ordaz, soldado del régimen, opción esquirolesca ante Nixon defenestrando a Castro. Mas sorprendió su distancia con el 68, ocultó su responsabilidad y abrió el aparato para integrar a los jóvenes de acuerdo a su lema de “arriba y adelante”. La crítica lo paralizó, lo hizo fraguar el golpe a Excelsior, él no, sus testaferros. Dañó a un valioso capital cultural. De él dijo el incisivo Díaz Ordaz: Lo invité a jugar golf, temprano. Llegó al amanecer.

  López Portillo conoció la riqueza petrolera, se preparaba para administrar la abundancia. No hubo tesoro suficiente para sostener sus gastos. Lloró en la cámara por no remediar la pobreza, en su caso lo hizo con amplitud, dijo que defendería el peso como un perro y las reglas del capital sin fronteras lucraron lo mismo en las altas que en las bajas. Se ofendió por la crítica, aún histriónico dijo que no pagaba para que le pegaran. Puso cerco al periodismo crítico. Se rodeó de muchachitos valentones, le dio a uno grado de general. Mientras el presidente se soñaba entre Carlos V y Quetzalcóatl, Arturo Durazo pulía el lenguaje: [Scherer] ?No se enoje, general, disculpe. [Durazo] ?No me enojo, al contrario. Usted me gusta pa puto y me lo voy a coger un día.   

  De la Madrid administró los platos rotos, entró al riel de la supervisión de los organismos financieros internacionales. Discreto, elegante, de mecha larga, también fue susceptible a la crítica. Enseñó mucho menos las costuras, porque lo gris suele ser efectivo en la raíz para no dar grandes hitazos, ahogó cualquier asunto que hiciera eco o moviera el agua. Ya avanzado el texto dice Scherer: Miguel de la Madrid gobernó con la flojedad de un hombre sin pasiones. Fue como el agua que se evapora al sol.

  La segunda parte nos acerca a presidentes más preocupados por obtener la legitimidad, después de comicios controvertidos, con la excepción de los de Ernesto Zedillo, quien se protege bajo la aureola de Colosio. Carlos Salinas retoma las pretensiones de apoderarse del mundo a la manera de Echeverría. No lo logra. Buen ventrílocuo dialogador con Scherer con un lado de la boca, por el otro trata de seducir a Vicente Leñero para que se convierta en la nueva versión de Regino Díaz Redondo, ahora con relación a Proceso. Después del asesinato del candidato no puede ocultar el daño, [Dice Carlos Castillo Peraza] Nos pusimos de pie para despedirnos. Salinas, encorvado, jorobado, desalentado. Le dije que el país se sobrepondría al trauma, a la herida, a la zozobra del momento, al golpe del  asesinato. No alzó la mirada ni la cabeza.

  La estampa de Zedillo es breve, más como Secretario de Educación, como soldado de Salinas. Lejano siempre, hasta en sus propiedades, se encarga de hacer tareas sutiles en cuestiones históricas, no tanto confrontar, sí contribuir a la desmemoria: El gobierno del presidente Zedillo pretendió que se fuera olvidando el 2 de octubre. Cumplidos 30 años de la tragedia, la República debía recuperar el sosiego.

  Fox fue un candidato siempre, nunca se detuvo a ser presidente, a considerar lo que ello representaba y lo que él mismo representaba para millones de mexicanos que esperaban un cambio sin retorno. Amplios sectores críticos sacrificaron su ideología por la pragmática operación de votar para sacar al PRI de los Pinos. Aprovechó su carisma, su empatía con la gente, no toda, por supuesto, para esconderse y criticar lo a él imputable en otros. Para colmo, se enamoró: Fox aceptaba los estragos del tiempo y su esposa rejuvenecía en la costosa cirugía plástica y el maquillaje exquisito; Fox decaía política y humanamente y Sahagún se cubría de sedas y alhajas.

  Al referirse a Felipe Calderón resalta su ascenso político sacrificando a sus mentores, provocando intrigas entre sus correligionarios, disciplinándose o indisciplinándose según el objetivo. Se dice de su buena relación con el traguito, lo que provocó sanciones en el caso de la periodista Aristegui. No tuvo más visión que Fox, ni su simpatía y metió al país a la danza de la sangre y de la muerte que sin duda, arranca desde años antes. [Alfonso Durazo] Algo estamos haciendo mal en nuestro país cuando un político intolerante, inexperto y explosivo se puede colar hasta la Presidencia de la República.

  De Peña Nieto deja constancia de su ascenso, de la construcción de su candidatura, de su proyección contando incluso con el mundo del espectáculo y del encuentro con la enorme residencia que le ha provocado tan brutal caída en su popularidad y merma en los que de por sí ya cuestionaban su estatura moral y política. Ojalá hubiera empleo para los menesterosos y los analfabetos y no sólo para aquellos que avizoran un espacio en Televisa o alguna trasnacional con la mente puesta en los negocios.

  Libro de memoria en un medio donde la política alienta la desmemoria, el culto exacerbado, la bipolaridad, el castigo o el premio a la manera de un sobredentado perro de Pavlov, aquí está lo mismo la muerte de Serrano, el asesinato de Jaramillo, las expresiones de Calles y Obregón, las heridas por las elecciones fraudulentas en los años posrevolucionarios y durante el Milagro. Están las figuras de Cárdenas y Alemán, con seguidores ambos, con modelos de país ambos, con aportaciones para lo que hoy es el Estado Mexicano ambos.

  Julio Scherer García ha muerto físicamente este año. Para algunos este libro es como el Cid que combate después de abandonar la vida, para otros es el principio del silencio. Creo que es ante todo la crítica a los desvíos de los principios que se manejan dentro de nuestra idea de democracia. No hay subversión, hay voluntad de señalar el incumplimiento, el enriquecimiento. México no es el país de la corrupción, es el país de la impunidad. Los hay otros con mayor nivel en este mal, pero en esos espacios hay castigo, hay litigio, en México no y suelen pavonearse tan delincuentes pavorreales por las páginas de sociales. Debajo de la corrupción del líder se ordenan piramidalmente los otros poderes, los actores secundarios, los adyuvantes, el cuernito de la abundancia que se acaban a mordidas y a lengüetazos.

  Burócratas fraguados en la obediencia, en el deslizamiento reptilesco, en la preparación para cuando los llame la patria a ser el uno entre millones, lanzados a la fama y a las tentaciones de la riqueza y del espectáculo, acumular riquezas y mujeres del espectáculo, alejados de cualquier posibilidad de dar el salto cualitativo a Jefe de Estado, de poderosos candidatos devienen en presidentes que tiene que dar su golpe de arrojo, su estrategia de convencimiento para caer en los últimos meses del sexenio en el retiro de ese poder, en la lejanía de los cortesanos, en la amenaza de la punición y en la seguridad del olvido.

  Después de todo, en ese México del panismo y de la vuelta de un priismo que alienta la modernidad y sacude la cobija para borrar los subsidios y apoyos de toda su vida partidaria, un México que lucha por la igualdad de género, con figuras femeninas relevantes, se eleva en este libro la voz de una mujer que fue a la cárcel, que se llama Zulema Hernández, amante del Chapo Guzmán y que dice algo que es importantísimo cuando de realidad y apariencia se trata:

  Los hombres son unos pendejos, seguramente tú también. Piensan que las mujeres perdemos la virginidad cuando su pene nos penetra. La virginidad se pierde con el primer orgasmo, el gusto salvaje de la sexualidad, la vida que, ahora sí, será de otra manera.

  Zulema, por sus actividades, fue a la cárcel. Lo mismo le sucedió a la Reina del Pacífico; Martha, Margarita, Angélica, procedentes de ámbitos diversos, son primeras damas y una tiene posibilidades de ser presidenta (es justo reconocer, notables diferencias con las otras dos). ¿Rueda de la fortuna? Santificación y sacrificio en la punta de la pirámide.

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