SANDRA DE LOS SANTOS*
Cimacnoticias
Ese día creo que ha sido una de las veces que más dolor he visto en un solo lugar. La imagen de mujeres centroamericanas dejando flores en la fosa común del municipio chiapaneco de Arriaga, sin saber si sus hijas e hijos están enterrados ahí, es terrible.
Cada año en el mes de diciembre, una caravana de madres centroamericanas recorre diferentes estados de la República buscando a sus familiares que han desaparecido en el país.
Hay muchas historias en cada una de las mujeres. Personas que deciden por cuenta propia dejar de comunicarse con su familia o que perdieron comunicación con ellas cuando de este lado –México– o del otro –Centroamérica– sucede algo que las obliga a mudarse sin avisar. Ésas tal vez son las historias menos dolorosas.
Las más difíciles son las que tienen que ver con el crimen organizado. Jóvenes que cruzando México rumbo a Estados Unidos fueron secuestrados por el narcotráfico; mujeres que son víctimas de trata de personas.
Hay periodistas, la mayoría de ellas mujeres –Marcela Turati, Ángeles Mariscal, Daniela Pastrana, Patricia Mayorga–, que han documentado estas historias. Que han contado lo que pasa con las víctimas del crimen organizado.
Pero estos textos son poco atractivos en comparación con las notas referentes a las conversaciones que supuestamente sostuvieron el narcotraficante –ahora preso– Joaquín Guzmán Loera y la actriz Kate del Castillo.
Esa nota resultó –no es raro– mucho más taquillera que las que hacen referencia a las madres centroamericanas que buscan a sus seres queridos desaparecidos en México.
Es más “atractivo” hablar del color de la Blackberry que supuestamente le obsequió el capo a la actriz, que de las y los periodistas asesinados; las jóvenes desaparecidas; de la lucha de las madres por encontrar a sus hijas e hijos. De las y los niños que vieron cómo asesinaron a sus padres.
Las apologías del narco siempre me han molestado. La “humanización” de quienes controlan de un lado y el otro el crimen organizado en México se me hace una ofensa a las familias que han perdido a sus integrantes. Es olvidarse de todo lo que hemos perdido a consecuencia del narcotráfico.
Las series de televisión, las telenovelas, las entrevistas a los capos –algunas, hay trabajos muy buenos y serios– no hablan de la situación de miseria en la que viven las personas que trabajan para el narco; tampoco de las redes de trata.
Lo que hacen esas series y telenovelas es vanagloriar la vida del narco. Los pintan como héroes y heroínas. No es raro, entonces, que haya personas que vean al narco como una opción de vida.
Una vez más las que pierden más son las mujeres. Las agresiones sexuales; las que se quedan con las y los hijos después de que la pareja decide meterse al narcotráfico; las que se quedan buscando a sus familiares desaparecidos; las que se quedan llorando a sus familiares asesinados son ellas. No las dejemos de ver. No las ofendamos perdiendo de nuestra vista lo verdaderamente importante.
Cada vez que reducimos el problema del narcotráfico a un supuesto “romanceo” entre una actriz y un capo, estamos invisibilizando el problema del crimen organizado en México.
Dejamos de ver a los políticos que son responsables de esta situación por complicidad u omisión; no vemos que atrás de las desapariciones de los normalistas está el crimen organizado; invisibilizamos a las y los niños que son víctimas de trata de personas. No vemos el dolor que hay en esas mujeres que buscan a sus hijos desaparecidos. No nos hagamos esto.
*Periodista chiapaneca, forma parte de la Red de Periodistas e integrante fundadora del portal de noticias Chiapas Paralelo y la Revista Enheduanna.