LYDIA CACHO/ COLABORACIÓN ESPECIAL
Cimacnoticias
Hace unos días escuché de nuevo la frase de Madeleine Albright que canta: “Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no apoyan a otras mujeres”.
Me incomoda esta máxima que cada vez se repite más el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer. Intentaré aportar algunas reflexiones para la discusión.
Descubrí el feminismo gracias a mi madre, quien me acercó a las lecturas de filósofas y antropólogas como Simone de Beauvoir, Mary Wollstoncraft, Marcela Lagarde, Celia Amorós, Amelia Valcárcel, Victoria Sau y María Zambrano, Victoria Camps, Carla Lonzi, Betty Friedan y su “mística femenina”, a Kate Millet, con su “lo personal es político”, y más tarde a la cubana Mirna Rodríguez Calderón, que me enseñó a mirar el machismo en las revoluciones socialistas y los movimientos guerrilleros.
Entre ellas y otras pensadoras como guías, busqué e intenté desarrollar una propia visión de lo que yo comprendía como el feminismo actuante, personal, proactivo en los años 80, cuando la mayoría de mis amigas veinteañeras decían que ya no hacía falta el feminismo, pues las mujeres ya podían votar, ser electas, usar minifaldas, tomar anticonceptivos y vivir sin casarse sin infligir la ley.
Una de las primeras y más persistentes preguntas que me hice en la juventud y que sigo elaborando a los 50 años se relaciona con el manejo del miedo a la exclusión a partir de asumir una postura pública y política, frente a los valores y principios patriarcales de la violencia como instrumento de sumisión.
Descubrí que no sólo las mujeres que enfrentamos a los poderes facticos del patriarcado hemos vivido con miedo a la violencia vengativa del machismo diseminado culturalmente en hombres y mujeres, también los hombres jóvenes que descubren que el feminismo les libera de ciertos yugos lo viven directamente.
El temor a la descalificación, a las típicas acusaciones que van desde las bobaliconas como llamar a quienes se declaran feministas como “amarguetas, lesbianas, maricas y andrófobas”, hasta las más serias como el castigo físico, la “violación correctiva”, los ataques de ácido en el rostro, el despido laboral injustificado, y el ostracismo comunitario y político.
El poder estructural del machismo es invisible (aunque incomode o violente) a las personas que viven insertas en él, pero se evidencia en sus formas más poderosas, virulentas y rancias frente a quienes lo mencionan, analizan, señalan, estudian y denuncian sus resultados catastróficos en las personas, las sociedades y los sistemas políticos.
Como la mayoría de feministas, he madurado mi visión así como lo que considero mis acciones estratégicas feministas, que aplico ya de manera natural en todas mis labores y acciones cotidianas.
Desde el periodismo hasta el activismo, desde mi comportamiento igualitario en la familia, en la pareja, en el trabajo, entre las amistades; todo lo que hago ha quedado ya tocado por mi filosofía de la igualdad, por mi convicción en contra de todas las formas de violencia, de corrupción y desigualdad.
Todos los días intento ser congruente, en algunos aspectos me es natural y sencillo, en otros un poco más complicado, como en el trato con personas profundamente machistas, poderosas, capaces de dañar a muchos, insolentes e intolerantes. Como todas, hago lo mejor que puedo al vivir en la resistencia diaria frente al sexismo ilustrado del mundo intelectual y mediático.
A lo largo de las décadas las mujeres feministas, con sus diversas visiones, pasaron de la emancipación hacia la insubordinación; de exigir el voto, el derecho al espacio público y la libertad de expresión, a la convicción de que sin opciones reales y concretas no hay forma de decisión plena, es decir, si las opciones para las mujeres están supeditadas a su obediencia al Sistema y a limitaciones diferentes a las que se dan a los varones, persiste la inducción a la toma de decisiones limitadas por el machismo y la moral cristiana sexista.
Hemos pasado del feminismo que descubrió lo que Marcela Lagarde denomina “los cautiverios de las mujeres”, al feminismo anticapitalista, el ambientalista, el radical y el de la diferencia.
Vivimos, en 2016, en una época fascinante en la que florecen diferentes perspectivas feministas que se contradicen, se nutren, debaten y reinventan nuevas maneras de vivir los derechos de las mujeres y las niñas en la gran diversidad de culturas del mundo.
También nos enfrentamos a una nueva oleada de negacionismo de la filosofía feminista, que pretende argumentar que ya todos los derechos han sido ganados y no hacen falta más feminismos ni feministas.
No debe sorprendernos. Sucedió ya en los años 80 y nuevamente en los 90 vivimos la popularización de un discurso basado en la ignorancia de los fenómenos sociales de interacción entre los géneros y el poder, que resulta en un discurso que apuesta a la confusión de términos y niega la violencia específica contra las mujeres y niñas, intentando insertarla en la normalización de las violencias interpersonales y del Estado en contra de toda la sociedad, omitiendo el contexto y las formas específicas de violencias y discriminaciones.
Sin duda, entre mis favoritas del feminismo internacional están aquellas pensadoras y activistas ejemplares que son pacifistas, aunque tomo algo de las feministas de la diferencia que nos enseñan a cuestionar si buscar la inserción de las mujeres en el Sistema sirve verdaderamente para hacer cambios de fondo.
Me identifico y me siento más congruente entre ellas, sus métodos y sus principios filosóficos. Porque como en toda filosofía –y el feminismo lo es– hay corrientes que se yuxtaponen, que se encuentran y que debaten entre sí.
Debo hacer un alto para rescatar la definición de feminismo: “El feminismo se puede definir como un conjunto de teorías sociales y prácticas políticas en abierta crítica de relaciones sociales históricas, pasadas y presentes, motivadas principalmente por la experiencia femenina.
“En general, los feminismos realizan una crítica a la desigualdad social entre mujeres y hombres, y proclaman la promoción de los derechos de la mujer. Las teorías feministas cuestionan la relación entre sexo, sexualidad y el poder social, político y económico”.
María Salas dice que sería un grave error identificar con el feminismo a toda acción en favor de la mujer, pero sería una injusticia histórica actuar en este campo sin conocer ni reconocer que las posibilidades que tenemos ahora las mujeres se deben, en gran medida, a la lucha de las feministas, a sus planteamientos y a sus logros.
Esta última afirmación podría ser objeto de discusión en ciertos círculos feministas que consideran una batalla equivocada la emprendida a favor de la igualdad de derechos, llevada a cabo por mujeres de la burguesía liberal, que no pretendían cambiar las relaciones de poder sino simplemente entrar en la dinámica del sistema. Lo cual probablemente es verdad, pero sin aquel primer paso difícilmente podrían haberse dado los que han venido y vendrán después.
Yásmine Ergas considera que el término “feminismo” no designa una realidad sustancial cuyas propiedades puedan establecerse con exactitud; por el contrario, se podría decir que el término “feminismo” indica un conjunto de teorías y de prácticas históricamente variables en torno a la constitución y la capacitación de los sujetos femeninos.
“Como nos abocamos a transformar radicalmente el mundo, cada una precisa, asimismo, cambiar radicalmente. Para las feministas, cada mujer es la causa del feminismo. Cada mujer tiene el derecho autoproclamado a tener derechos, recursos y condiciones para desarrollarse y vivir en democracia. Cada mujer tiene derecho a vivir en libertad y a gozar de la vida”. Marcela Lagarde
El feminismo se encuentra en constante evolución por la defensa de la igualdad de derechos y oportunidades entre ambos sexos. Constituye una forma diferente de entender el mundo, las relaciones de poder, las estructuras sociales y las relaciones entre los sexos.