Luis Rojas Cárdenas / A contrapelo
Me pareció haber visto una linda gatita, dijo Piolín Pantoja, entre gorjeos, un día domingo que se andaba columpiando. ¡Es cierto!, ¡es cierto!, he visto una linda gati… El zarpazo envolvió al pajarillo, sus trinos se transformaron en estridencias de trinitrotolueno. Las garras felinas hicieron trizas la playera del Atlas que vestía Piolín para ocultar el americanismo vergonzante de su manchado plumaje. Con la presa atrapada entre sus uñas de gelish recién manicuradas, Gatúbela cantaba: “Seré la gata bajo la lluvia / y maullaré por ti”. Al concluir el canto se llevó el emplumado manjar a la boca, ¡miauuu! No se lo tragó, decidió masticarlo como si fuera un chicle que paseaba entre el paladar y la lengua, para saborear como sibarita la esencia de la tierna ave que se revolcaba con desesperación y locura en la oscura profundidad del hocico felino.
Al ver la escena propia de un ring, el pequeño Bruno Díaz interrumpió el corrido de Juan Charrasqueado que silbaba como si fuera un charro de película, confundido, dudó un instante si debía salvar a ese pájaro de cuenta. Finalmente, su instinto de superhéroe defensor de la justicia y el orden lo movió a auxiliar al cabezón plumífero y, decidido, combatió la gula desmesurada de esa minina de porra. Brunito no tuvo tiempo ni de montar en cólera y menos de cambiarse de ropa. La circunstancia lo obligó a actuar sin vestir su indumentaria de Caballero de la Noche. Aun sin estar adecuadamente caracterizado para la acción, intervino como todo un paladín justiciero y con un movimiento pescó de los cabellos a la archivillana y le dio un fuerte tirón de trenzas. En el ambiente afloró un desgarrador maullido, impidiéndole a la pequeña Gatúbela deglutir a la ictérica ave que, alebrestada, aleteaba tratando de liberarse de esa prisión en que se habían convertido las babeantes fauces de la golosa felina.
¡Macho falocéntrico!, ¡misógino irredento!, vete mucho a tiznar a tu retrinche padre, ¿cuándo dejarás de cometer tanta violencia de género?, gruñó entre dientes la gatuna fierecilla con la boca retacada de plumas. Pero, aquel pensamiento progresista se le esfumó de la mente al recibir la primera tanda de paraguazos en la cabeza. ¡Crack!, ¡crack!, ¡crack!, se escuchó el crujir de su cráneo hueco. ¡Escupe!, ¡escupe!, ¡escupe!, decía la abuela al propinar cada golpe: ¡pum! ¡pum! ¡toing! Gatúbela vio estrellas, cometas, espirales y pajaritos amarillos orbitando en torno a su cabeza. Se le cruzaron los ojos, pero mantuvo apretadas las quijadas impidiendo que escapara el desayuno. La tormenta de paraguazos no amainaba. ¡Mofles!, ¡cuaz!, ¡zape!, el pajarillo prisionero, bañado en saliva, hacía esfuerzos indescriptibles para salir de esa espelunca hedionda. Sufría como si estuviera en una olla de presión hirviendo de inmundicias. La boca felina parecía una mazmorra pútrida que supuraba pus de entre las muelas picadas, una cámara de gases que poco a poco estaba extinguiendo la vida del canario. El último soplamocos que tiró la abuela hizo que la niña vomitara y entre las toses de la regurgitación salieron disparados rumbo a un rincón de la casa los restos del pajarillo cubiertos de flemas: ¿estaba muerto? ¡Snif! ¡Snif! ¡Snif! ¿Ahora sí me lo puedo comer, al cabo ya pasó a mejor vida?, dijo Gatúbela, ¡miau! Y otro estatequieto entre madre cien y oreja le espantó el apetito. ¡Qué desperdicio!, maulló, me voy a quedar con el antojo.
¡Santa madrina!, Batman. ¡Qué gritohomofobiquiza le acomodó Gatúbela al pajarraco!, dijo el Joven Maravilla usando un horrible eufemismo para que no lo sancionara la FIFA. ¡Carámbas!, ya me mató al pajarito esta endina chamaca, se quejó la abuela. Todo por estar peleando, muchachos de porra. Sosiéguense. Diantres de escuincles, apacígüense, apláquense, gobiérnense. Ese pájaro nalgón jijo de su rechifosco se está haciendo, dijo Gatúbela mientras huía de la escena del crimen. Brunito contuvo las lágrimas y el asco provocados por los espesos líquidos que envolvían a Piolín, y arrodillado frente al cuerpo del pajarillo, le aplicó reanimación cardiopulmonar: soplidos por el pico: uno, dos… y apachurrones en el pecho sobre el guacal, a la altura del corazón: uno, dos, tres… Pero el cadáver, ¡ay!, siguió muriendo.
Toma el llavero abuelita y enséñame la llave china, dijo Robin, enfundado en su mallón. ¿La llave china?, sí ahorita se las enseño, dijo amenazante la abuela, sigan peleando y me van a conocer, lo que les voy a hacer a todos es calzón chino. Con su respiración atropellada por la enfermedad pulmonar obstructiva crónica provocada por fumar puro, la abuela abrazó al Joven Maravilla pasándole el antebrazo bajo el cuello, y ejerció la presión necesaria hasta provocarle un desmayo. Ahí está tu llave china, pensó la tierna ancianita. Bueno, ya tenemos a dos fuera de combate, dijo, y con todos sus años a cuestas empujó el cuerpo de Robin junto al de Piolín, mientras continuaba: A ver si con esto ya se están quietos.
Desde aquel año infausto en que el gobierno cerró las estancias infantiles, la abuela se había hecho cargo de los párvulos y ya estaba hasta la coronilla. Además de tener que arrastrar para todos lados el tanque de oxígeno, tenía que cuidar escuincles ajenos educados en un reclusorio o en el estadio Corregidora de Querétaro, no se aplacaban con nada parecía que tenían gusanos en el cuajo. Por encargarse de los chamacos no podía irse a trabajar de cerillita a Soriana o Chedraui, y la subvención gubernamental era una miseria de risa loca que apenas le alcanzaba para rellenar los tanques de oxígeno y comer frijol con gorgojo.
La abuela sintió que le subía la presión, cogió un puño de alpiste para prepararse un té que la estabilizara y, mirando a Piolín arrinconado en el suelo, dijo: Al cabo ya no lo vas a necesitar. Puso agua a hervir y se olvidó de su entorno. Gatúbela aprovechó la distracción de la abuela, y colgada de cabeza con las piernas asidas al batitubo realizó rutinas acrobáticas propias del pole dance, entre giros y volteretas vio a Bruno sumido en la hipnosis. Al sentirse evidenciado en pleno voyerismo, el pequeño Batman gritó: ¡Bájate de mi tubo! Gatúbela se abalanzó sobre el niño murciélago. La abuela, aislada por su sordera, continuaba en la cocina preparando sus remedios sin darse cuenta de que un nuevo pleito había empezado. La archivillana gatuna con su mano de acero que por el puño echa flor, tiró un golpe con la zurda, que ella denominaba derechazo de izquierda, directo a la quijada del superhéroe, quien luego de escupir pedazos de dientes revueltos con saliva y sangre, desde el suelo tiró las patadas de bicicleta que aprendió de su maestro Adame, el famoso buscapleitos especialista en artes marciales. Gatúbela combinó patadas voladoras con huracarranas, quebradoras y saltos desde el tercer entrepaño del trinchador. Batman estaba a punto de desfallecer, necesitaba refuerzos, para levantar el ánimo de sus compañeros empezó a cantar el himno de su equipo que más bien parecía un conjuro de brujos: “Chicharrón con pelos, chicharrón con pelos, huevos de avestruz, hígado con pus, basca de borracho, vísceras con pedos, vísceras con pedos, sopa de verrugas, agua de vejiga, caldo de inmundicias…”
Gatúbela sólo atinó a repetir la frase presidencial que transformó al país: Fuchi caca. Por su parte, Piolín se reanimó con el cántico de su equipo y empezó a tararear: “Ya vine de donde andaba / se me concedió volver…” El Joven Maravilla abrió los ojos lanzando estruendosos tosidos y atontado. Al ver que la abuela se dirigía por la escoba, Gatúbela dio un salto con tres vueltas de carrito para quedar colgando del hombro de la abuela, apenas alcanzó a agarrarse de la manguera de oxígeno y columpiándose empezó a dar vueltas como si fuera voladora de Papantla hasta que le enredó el pescuezo. A la anciana se le saltaron los ojos hasta desfallecer. Gatúbela no se detuvo al ver el cuerpo yerto sobre el piso, continuó envolviéndola con la manguera como momia. El pequeño Batman se paró en la orilla de la mesa, extendió su capa y saltó sobre el estómago de la añosa mujer. Robin le ató los pies con las agujetas de los zapatos y el pequeño Piolín Pantoja realizó un conteo hasta tres golpeando con la palma de la mano el piso y declaró ganadora a Gatúbela.
Los chiquillos, chiquillas y chiquilles empezaron a carcajearse a coro al ver que la abuela usaba calzones estampados con el logo del América. La anciana empezó a retorcerse, tenía el rostro amoratado, no se sabe bien si por la falta de oxígeno, o por la ira que le desataban sus nietecitos, o por el calzón chino que le estaban aplicando aquellas criaturas del demontres.